La Visión del Corazón

La Visión del Corazón

(Extracto del libro “Pioneros”, de Alberto Calvet)

www.calvet.mx/pioneros


 

Dicen que nuestro corazón es un altar y sí lo es. Los altares son lugares en los que algo o alguien se altera o se transforma. Si uno sabe cómo hacerlo, sucede. Si uno coopera, si uno suelta y deja ir, si uno participa con los secretos de la entrega, la transmutación se presenta. En cambio –como sucede en una civilización como la actual- cuando el tema es ignorado y tachado de delirio o de fantasía la oportunidad pasa de largo. La alquimia es un conocimiento profundo de las fuerzas psíquicas del ser humano. Los alquimistas hablaban de convertir al plomo en oro, de transmutar a los “metales pesados” (los aspectos más básicos de nuestra consciencia) en el valor más elevado. Ellos se expresaban en un lenguaje simbólico que hoy se ha perdido. Por eso es que, a lo largo y ancho de nuestra gran vida, no comprendemos a la sabiduría del corazón.

 

Cuando uno deja de luchar con las fuerzas antagónicas del deseo (el placer y el dolor), una nueva cualidad se presenta en nuestra consciencia. De pronto es como ver a una isla separada del continente. Es muy agradable ir a ella a pasar una temporada, aunque al regreso la extrañaremos. Cuando caemos en la cuenta de que existe una conexión profunda entre la playa y la isla lejana –a través del fondo oceánico- nos reubicamos ante lo relativo de la realidad a la que construimos con nuestra propia interpretación –y nuestros puntos ciegos juegan un papel muy importante en ello. Isla y playa son una misma tierra cubierta parcialmente por agua. ¿Acaso no es el mismo viento el que sopla de un lado al otro del océano, también? Tenemos que expandir nuestra visión para descubrir a la unidad detrás de la diversidad.  

 

La sabiduría del corazón irriga nuestras vidas –no importa si lo sabemos o no, si la aceptamos o si la rechazamos. Para ella, los diálogos internos en los que nos perdemos y en los que vivimos no tienen significado. Su mensaje, a veces como un aroma fresco que impregna el jardín del interior y a ratos como una agradable brisa que sopla inesperadamente murmurando al oído, provoca una vista panorámica de nuestro vínculo con los demás. Al igual que tú, quizás, cuando era chico yo solía contemplar esas vistas –esa capacidad de sentir mi vínculo con otras personas y con la naturaleza- como si me asomara por una gran terraza en un peñasco elevado en el que se desplegaba un amplio horizonte. Solía hacerlo por largos períodos de tiempo. Me di cuenta de que en la medida en la que agudizaba mi visión surgía –de manera intuitiva o con insights poderosos- un modo de entender y de estar en la realidad muy diferente al que experimentaba al limitarme a la rutina cotidiana. Son espacios en los que la mente está muy alerta y el corazón en paz. La emisión de juicios arbitrarios y la comparación se detienen. Aparece una fuerte presencia que dice: “Aquí, ahora: ¡esto!”.  Aquí, en este espacio. Ahora, en este momento. Esto, el mismísimo suceso. Inmediatez, un solo flujo de consciencia.

 

 

Sumérgete en el vacío de tu presencia –

Desnúdate ante la inmensidad de la vida.

Percibe, sin negar u ocultar, el temblor de toda tu vulnerabilidad:

¡Alto! Detén a tu pensamiento y a tu necesidad de hablar…

¡Espera! No huyas. Evadir no es la solución.

No expliques nada, celebra el estar aquí.

Esta es nuestra oportunidad:

Nuestro encuentro…



 

Imagen – dominio público (Internet)

 

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